lunes, 17 de enero de 2022

La competencia por la incapacidad para pensar

 Por:

Dr. Alejandro José Gutiérrez Dávila

Hannah Arendt es la filósofa que tras entrevistar a oficiales nazis juzgados en Núremberg, habló de la  “banalidad del mal” en su libro "Eichmann en Jerusalén" (1963). 

Sobre este concepto, explica cómo el Teniente Coronel de las S.S. Adolf Eichmann, uno de los más connotados genocidas de la historia, no era un monstruo ni un loco que sentía placer por matar a millones de personas. Arendt llegó a la conclusión que: “No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar.”

Rubio H 2017, escribe que al observar el comportamiento del nazi en el juicio, Arendt escribió que “a pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un monstruo”. Con honestidad intelectual, la filósofa reconoció no observar a un desquiciado antijudío ni a diabólico personaje. Vio en él “únicamente la pura y simple irreflexión… que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo... No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”. 

A esto Arendt llamó “la banalidad del mal”.

Para el nazi, su actividad en la guerra “constituía un trabajo, una rutina cotidiana”. Así, “Eichmann no fue atormentado por problemas de conciencia”. Fue un militante disciplinado y, sobre todo, un burócrata estatal eficiente. Para Arendt estaríamos ante un nuevo tipo de maldad que a través de la burocracia transforma “a los hombres en funcionarios y simples ruedecillas de la maquinaria administrativa”… que “no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales”.

El denominador común de estas personas es que fueron entrenados para no pensar. Nunca fue desarrollado su pensamiento crítico. O más bien, fueron cortadas desde muy temprano sus inteligencias y capacidades de creación y rebeldía.

Aprendieron desde chicos a obedecer. Son producto de sociedades autoritarias y totalitarias, donde la familia, la Religión, la escuela, y una formidable maquinaria de propaganda y lavado cerebral colectivo, crearon seres conformistas y dogmáticos, programados para operar espacios jerarquizados, como la fábrica, el ejército, la burocracia o el partido político.

Hannah Arendt distingue – dentro de la incapacidad del juicio o de pensar – a tres grupos: 

Los nihislitas, que con la creencia de que no hay valores absolutos se sitúan en las esferas de poder.

Los dogmáticos, que se aferran a una postura heredada

Los “ciudadanos normales”, similar al hombre-masa que estableció Ortega y Gasset, el grupo mayoritario que asume las costumbres de su sociedad como “buenas” de una manera acrítica.

Todos los grupos carecen del pensamiento definido por Hannah Arendt. La alemana defendió que el nazismo se alimentó, y fue alentado, por estos tres grupos, lo que permitía que el grueso del país pudiera realizar los “horrores” contra la Humanidad.

Con contenidos de publicación: El Comercio, 31 de marzo de 2017

Alejandro Gutiérrez es Doctor en Derecho y Doctor en Filosofía.

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